viernes, 21 de junio de 2013

Capítulo Veinte

—¿Vas a dormir toda tu vida?
Gilly entreabrió un ojo y despegó su cara de la almohada. Al parecer, en algún momento de la noche, babeó. Se pasó la lengua por los labios gomosos y los dientes por igual pegajosos.
—... hora? —murmuró.
—Es hora de que saques tu culo perezoso de la cama. —Todd se apoyó en la cómoda, olfateó ruidosamente, y luego retrocedió—. Límpiate. Apestas.
Gilly sacudió la cabeza y se dio la vuelta. —Vete.
—Sal de la cama, Gilly.
—¡No!
Gilly se cubrió con las mantas sobre la cabeza, sin hacerle caso. Todd murmuró una serie de maldiciones en voz baja y pisoteó alejándose. Luego regresó.
—No voy a pedírtelo de nuevo —dijo—. Sal de la cama.
Gilly desenredó una mano de su ciudadela de mantas y agitó su dedo medio hacia él. —No, vete la mierda.
—Maldita sea, Gilly —dijo Todd—. ¡Tú eres una perra imposible! ¿Qué carajo te pasa?
—Quiero que me dejes en paz —dijo Gilly, y se movió más debajo de las mantas—. Sólo vete y déjame en paz.
—¿Así puedes pudrirte aquí? De ninguna manera.
Ella puso la almohada sobre su cabeza, sabiendo que era inmaduro pero haciéndolo de todos modos. —Estoy cansada. Déjame dormir.
—¡Has estado durmiendo durante tres días!
—¡Déjame en paz! —Gritar hería su garganta y la hacía toser, aunque incluso así no podía pretender estar todavía enferma.
—De ninguna manera.
Todd agarró las sábanas y las apartó de ella, retiró la almohada de sus manos y la tiró al suelo. Gilly se sacudió hacia él, sin poder sujetar las sábanas mientras él las empujaba lejos también. Rabia al rojo vivo la llenó, y ella gritó, un grito sin palabras de enojo como fragmentos de vidrio en su garganta ya herida.
Sin dudarlo, Todd se agachó y agarró la parte delantera de su camisón. La tela se rompió cuando él la sacó de la cama. Gilly luchó contra él, retorciéndose en su agarre. Sus pies tocaron el suelo y su tobillo se inclinó, enviando destellos de dolor estallando por su pierna. Se mordió una maldición, sus palabras tan duras como la de él, y le dio un puñetazo en el estómago.
Todd apenas se estremeció cuando la abofeteó en la mejilla sin soltar la parte delantera de su vestido. Gilly se tambaleó, con la mano en su rostro. Sangre brillante goteó de la comisura de su boca y dedos manchados. El vestido se desgarró por completo desde el cuello hasta la cintura, dejando al descubierto la camisa y los pantalones de chándal que llevaba debajo, y ella cayó de espaldas sobre la cama.
—Eres un hijo de puta —dijo, incrédula, mostrándole la mancha carmesí—. ¡Me pegaste! ¡Maldita sea, me pegaste!
—Levántate.
Él la había golpeado antes y hubo un momento que en realidad había deseado que la golpeara, pero se sentía surrealista comparado con esto. Se frotó la sangre en sus dedos. —Eres un idiota.
Sus ojos se estrecharon. —Levántate o lo volveré a hacer.
Al parecer, ella no se movió lo suficientemente rápido para él. Se agachó y la agarró por la pechera de la camisa con ambas manos y tiró de ella hacia arriba. Gilly logró golpearlo en la cara.
Todd gruñó, girando la cara por la fuerza de su golpe. Cuando él la miró con ojos brillantes, su boca se había apretado y estrechado. Sus fosas nasales se dilataban.
—Te dije que no lo hicieras.
—¡Tú me golpeaste! —gritó ella, colgando desde el puño de él, advirtiendo incluso en su angustiado estado cómo la nariz de él se arrugaba y volvía la cara del soplo de su aliento agrio. —¡Tú! ¡Me golpeaste!
Los ojos de Todd no se abrieron. —Y lo haré otra vez si no consigues juntar tu mierda.
Gilly parpadeó, tragando una réplica. Él era tan grande que la había levantado a las puntas de sus pies, y en calcetines no podía hacer ningún daño sin plantar los pies o patear sus espinillas tampoco. Ni siquiera podía conseguir otro buen golpe en el rostro de él, si ella estaba siendo tan estúpida.
—¿Vas a ser sensata? —preguntó.
Ella no asintió o negó, pero Todd debió haber visto algo en su cara, porque soltó la parte delantera de su camiseta. Gilly se sostuvo sobre sus pies, sobre todo porque la tomó de la parte superior del brazo. Sus dedos casi podían rodear su bíceps, agrupando la manga.
—Vamos —dijo Todd—. Abajo.
Se clavó en sus pies y trató de regresar a la cama. —Estoy cansada. Quiero quedarme en la cama.
—No. —Él la tiró con más fuerza—. No puedes quedarte aquí todo el tiempo. Tienes que cuidar de ti misma.
—Dijiste que no lo harías —murmuró Gilly.
Todd no soltó su brazo. —¿No haría qué?
—Obligarme a hacer nada que no quiera hacer.
Él gruñó. —Por Dios, Gilly, apestas. No has cambiado tu ropa en una semana. ¿Cuándo fue la última vez que te has cepillado los dientes? ¿Cómo puedes soportarlo?
No podía, en realidad, ahora que estaba totalmente despierta y consciente de ello. Pero no quería hacerle saber eso. Trató de tirar de su brazo, pero su agarre era demasiado apretado.
—Tú estás lastimando mi brazo.
—Lo sé.
—Déjame en paz —rogó Gilly con una mirada a la cama—. ¿Por qué te importa?
—No puedes dormir todo el tiempo —dijo Todd, acentuando sus palabras con un movimiento—. Si no estás enferma, no puedes quedarte en la cama todo el día. No puedes simplemente... desvanecerte.
—¡No estoy desvaneciéndome, estoy esperando! —gritó Gilly.
Todd dejó caer su brazo y se alejó de ella. Él no tuvo que preguntarle lo que estaba esperando. —Dijiste que no era necesario que me ocupe de ti nunca más. Entonces tienes que cuidar de ti misma.
—¿Por qué te importa? —repitió Gilly.
—No haces ningún bien a nadie aquí —dijo Todd—. No a mí, no a ti misma... ni a ellos tampoco.
—No. No hables de ellos.
Él suspiró y se frotó los ojos. —Haré un trato contigo. Te comprometes a venir abajo y actuar como un ser humano...
—¿Y qué? ¿Me dejarás ir? —Gilly resopló, frotando la mancha en el brazo donde aparecería la contusión.
Negó con la cabeza. —No, no dejaré que te vayas, por el amor de Dios, Gilly, eso se está haciendo bastante viejo. ¿Pero quieres correr en la nieve otra vez? ¿Ser una idiota? Adelante. Ve lo que sucede en esta ocasión, a ver si puedo salvar tu lamentable culo una vez más.
—¿Qué cuando la nieve se derrita, Todd? ¿Entonces qué?
Su mirada vaciló por un segundo antes de que la empujara lejos de él y se dirigiera al centro de la sala, con la cabeza gacha. Cuando giró para mirarla, sus ojos oscuros eran grandes en su rostro, su boca en un gesto pensativo.
—¿Por qué no te gusto? —preguntó—. No te he hecho nada realmente malo, Gilly. No realmente malo.
—No me gustaras nunca. ¿No ves que no puedo?
—¿Por qué no? —Todd extendió las manos, dándole esa mirada de cachorrito—. ¿Por qué?
—Porque eres mi enemigo. —Gilly juntó los pedazos de su vestido con una mano, el tejido era inútil como un escudo pero no pudo dejarlo. Su boca escoció cuando habló, pero había parado de sangrar—. Porque me estás manteniendo de las cosas que amo.
Suspiró como si el peso del mundo hubiera llegado a descansar en sus anchos hombros. —Podríamos llevarnos mejor.
—¡No! —Ella retrocedió, con una mueca.
—No me refiero a eso —dijo en voz baja.
—Sé que no lo hiciste. La respuesta sigue siendo no.
Parecía enojado otra vez. —Estamos atrapados aquí, Gilly. No hay manera de evitarlo. Estamos jodidamente atrapados aquí en el medio de ningún lugar con nuestros culos en la nieve. Esa es la manera en que es. No me empujes a ser algo que deseas que sea para poder sentirte mejor acerca de lo que hiciste.
No era la declaración de un hombre estúpido, sino de uno perspicaz, y Gilly se preguntó qué habían hecho las personas en su vida y por cuánto para convencerlo de que era tan tonto.
—No quiero hacerte daño —dijo Todd—. No quiero.
Pero lo haría. Las palabras no dichas, sin embargo colgaban entre ellos, alto y claro.
Ella apartó su cara. —Cuando la nieve se derrita, trataré de escapar. ¿Vas a atarme?
—No soy tan perverso —dijo Todd—, aunque una chica me pidió una vez ponerme su ropa interior.
Esto iba en serio y odiaba que estuviera haciendo una broma. —Lo único que me retiene aquí es la nieve. Sabes eso.
—Ah, que me condenen. Sí. Lo sé. — Todd frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué ocurrirá cuando la nieve se derrita? —Hizo la pregunta en voz más baja esta vez, no presionando tan duro. Realmente curiosa. Ella quería saber la respuesta.
—Conocí a un viejo perro de caza una vez —dijo Todd después de una pausa—. Él no era mío, nunca he tenido un perro. Pertenecía a un tipo que vivía en la calle de uno de los lugares donde me pusieron después de... uno de los lugares donde viví cuando niño.
A su pesar, Gilly levantó la cara para encontrarse con su mirada fija. La voz de Todd era sólida, profunda y precisa, incluso en su forma sin clase. Él se paró con los pies ligeramente separados, con las manos a los costados. Contándole.
—Este perro era un hijo de puta. El tipo lo mantenía fuera con una cadena, y ese perro correría tan rápido para morder tu culo que se tropezaría con sus propios pies. Todos los días, tenía que caminar por ese perro en mi camino a la escuela y todos los malditos días trataría de morderme. Pero nunca lo hizo.
Todd rió, bajo. —El dueño podría sólo haberse deshecho del perro cuando lo vio, pero nunca lo hizo. Ese tipo siempre se aseguraba de que el perro tuviera un montón de comida y agua, y le daba juguetes para masticar y huesos de cuero crudo. Y cada noche, cuando ese tipo venía a dar de comer al perro, él le daba palmaditas en la cabeza y le rascaba detrás de las orejas. Y el perro, ese jodido perro siempre gruñía.
—El hombre amaba a ese perro, a pesar de que el perro no lo quería de vuelta, y nunca le dio las gracias por todas las cosas buenas que hizo por él. Entonces, una noche, cuando el tipo fue a dar de comer al perro y a darle una palmadita en la cabeza, el pequeño hijo de puta no se molestó en gruñir. Esta vez, tomó una gran parte de la mano derecha del hombre.
La garganta se le había secado durante la narración de su historia. —¿Qué pasó entonces?
Todd sonrió, una expresión vacía, mostró los dientes y no llegó a sus ojos. —El tipo entró en su casa, consiguió su escopeta y voló la cabeza de ese pequeño cabrón de inmediato.
No había ninguna duda del sentido de su historia, pero Gilly no tenía miedo de él. —¿Quién de nosotros es el perro?

—No lo sé, Gilly —dijo Todd—. Supongo que tendremos que esperar y ver.

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