domingo, 23 de junio de 2013

Capítulo Veintiuno

Se levantó de la cama por su cuenta a la mañana siguiente. Lavada y vestida. Se sentó al otro lado de la mesa frente a él y se comió su desayuno. Ella no dijo nada.
A Todd no parecía importarle. Comía tan cordialmente como siempre lo hacía, y después del desayuno encendió un cigarrillo, como si fuera el postre. Gilly desechó el humo colgando delante de su cara y tosió deliberadamente, pero Todd, o bien no se dio cuenta o no le importaba.
—¿Me estás dando el tratamiento del silencio? —preguntó él por último, cuando ella se levantó para llevar su plato.
Gilly pausó antes de responder. —No tengo nada que decirte.
—¿Qué hay de los buenos días?
Repitió las palabras sin entusiasmo. Todd se levantó de la mesa y le tocó el hombro para que lo mirara. Gilly se movió sin resistencia, con la mirada en el suelo.
—Gilly. Mírame.
Lo hizo a regañadientes.
—¿Tenemos que pasar por esto otra vez?
Ella negó y trató de apartar su cara. —No.
Él levantó su barbilla para que tuviera que seguir mirándolo y le preguntó lo que le había preguntado una vez. —¿Tienes miedo de mí?
—No.
—Tú no eres una buena mentirosa —dijo Todd, y la dejó ir. Él la siguió hasta la sala de estar—. ¿Pararás por un minuto?
Ella se dio la vuelta para mirarlo. —¿No puedes dejarlo ir? ¿Qué quieres de mí?
—Sólo pensé que íbamos a tratar de ser amigos, eso es todo. Parece mejor que no ser amigos. —Todd se encogió de hombros. La punta de su cigarrillo brillaba rojo mientras aspiraba el humo profundamente en sus pulmones.
—Nunca dije que iba a ser tu amiga. —Su labio se encrespó en la palabra, Gilly se cruzó de brazos.
—¿Vas a seguir siendo la perra gruñona, no? —Todd sonrió—. Está bien. Sólo seguiré dándote una palmadita en la cabeza...
—Y tal vez algún día te morderé —replicó Gilly.
—Tal vez algún día lo harás —reconoció Todd—. O tal vez, un día, dejarás de gruñir.
—No lo creo. —Se acercó a la ventana del frente, mirando la nieve fuera. Un conejo saltó a lo largo de los montículos blancos, dejando atrás sus huellas. Luego desapareció.
—Ah, Gilly, ¿por qué no?— Sonaba tan sinceramente curioso que se volvió hacia él.
—La idea es ridícula.
—¿Por qué?
Quería saber, por lo que dijo: —No tenemos nada en común. No hay nada en nuestras vidas que nos hubiera reunido.
—No es cierto. Sí conseguimos conocernos.
—¡No con mi elección!
Todd hizo un gesto pensativo. —No por la mía tampoco, pero sucedió. ¿Qué, sólo se puede ser amigo de alguien que conociste a propósito? ¿Qué mierda de divertido tiene eso? No debes tener muchos amigos si es así como actúas al respecto.
—¿Tienes tú un montón de amigos? —preguntó en tono sarcástico, esperando que la respuesta fuera negativa.
Todd se encogió de hombros. —Depende de lo que consideras un amigo. Conozco a un montón de personas. Y la mayoría de ellas no cumplían con el propósito. Pero sí, algunos de ellas son amigos. Algunos son imbéciles que corren con mi dinero y me vuelven un criminal.
Estaba haciendo otra broma. Lo vio en sus ojos y la leve inclinación de sus labios, aunque su voz era seria. Gilly se dio cuenta de repente que envidiaba a Todd su sentido del humor, incluso en medio de todo esto. Su capacidad de reírse de alguna manera por lo que estaba pasando. Ella había tenido un gran sentido del humor, antes, pero no había sido capaz de encontrar el humor en un montón de cosas durante mucho tiempo. Ciertamente, no en esto, en ahora.
—Nosotros nunca seremos amigos en cualquier circunstancia, y esta situación no es ciertamente favorable a la amistad —dijo ella con frialdad.
—Eh. Te gustan las grandes palabras como al tío Bill. —Todd se encogió de hombros—. Esta situación es todo lo que tenemos. Qué casualidad para nosotros habernos conocido el uno al otro. ¿Ves? Sé algunas palabras grandes también.
—No importa, Todd —dijo Gilly con cansancio.
—¿Ahora quién es la que no quiere dejarlo ir? —Todd aspiró otra profunda bocanada de humo, mirándola con los ojos entrecerrados. Pensando. —Eres muy terca.
Gilly levantó la barbilla. —Me han llamado cosas peores.
—Apuesto a que sí —Todd se encogió de hombros—. Bueno, supongo que depende de mí, entonces.
Ella lo miró con recelo. —¿Qué depende de ti?
—Supongo que tengo que demostrarte que realmente soy un buen tipo —Todd sonrió—. Demostrar que podemos ser amigos. Tú y yo, los mejores amigos. Será genial. Quizás hasta podamos trenzarnos el pelo el uno al otro.
Sus ojos brillaron con humor incluso ante la respuesta de Gilly con el ceño fruncido. De hecho, se rió en voz alta, directo en su cara. Gilly se cruzó de brazos.
—Sigue soñando —dijo.
—Ah, vamos. ¿Ni siquiera si te hago una pulsera de la amistad? —Todd revoloteó sus pestañas hacia ella.
Se veía tan completamente inofensivo e inocente que Gilly casi rió en voz alta, pero ella lo cortó, fuerte. Lo bloqueó. —No. Olvídalo. No sucederá.
—Al menos podrías pensar en ello.
—No. No puedo. —Ella vio su humor desvanecerse—. En realidad, Todd. Deberías entender eso.
Él asintió con la cabeza, a duras penas, después de un largo minuto de mirarla. —Sí. Claro, claro. Lo entiendo.
¿Por qué ahora se sentía que era ella la mala de nuevo? Contuvo una disculpa, una perla en su lengua creada a partir de la arena de su argumento. —Nunca seremos amigos, Todd.

—Veremos —dijo Todd—. Tal vez seremos algo más.

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